domingo, 23 de noviembre de 2008

Umberto Eco - El péndulo de Foucault (2)

- Siéntese, Casaubon, aquí tiene los proyectos de nuestra historia de los metales.

Nos quedamos solos y Belbo me mostró unos índices, esbozos de capítulos, esquemas de diagramación. Mi tarea consistiría en leer los textos y buscar las ilustraciones. Mencioné algunas bibliotecas de Milán que me parecían bien provistas.

- No será suficiente -dijo Belbo-. Habrá que ir a otros sitios. Por ejemplo, en el Museo de la Ciencia de Munich hay una fototeca maravillosa. En París está el Conservatoire des Arts et Métiers. Me gustaría volver a visitarlo, si tuviese tiempo.

- ¿Bonito?

- Inquietante. El triunfo de la máquina en una iglesia gótica... -Vaciló, ordenó unos papeles que había en el escritorio. Después, como temiendo dar demasiada importancia a su anuncio, dijo-: Allí está el Péndulo.

- ¿Qué péndulo?

- El Péndulo. Se llama péndulo de Foucault.

Me explicó cómo es el Péndulo, tal como lo he visto este sábado, y quizá lo haya visto así este sábado porque Belbo me había preparado para la visión. En aquel momento no debí de demostrar demasiado entusiasmo, y Belbo me miró como a alguien que ante la Capilla Sixtina pregunta si eso es todo.

- Quizá sea la atmósfera de la iglesia, pero le aseguro que la impresión es muy intensa. La idea de que todo se mueve y de que sólo allí arriba está el único punto quieto del universo... Para el que no tiene fe es un modo de reencontrar a Dios, y sin poner en tela de juicio la propia falta de fe, porque se trata de un Polo Cero. Mire usted, para la gente de mi generación, que en la vida sólo ha conocido decepciones, puede ser un consuelo.

- Más decepciones ha conocido la mía.

- Presuntuoso. No, para ustedes sólo ha sido una temporada, han cantado la Carmañola y después se han encontrado en la Vandée. Pasará pronto. Para nosotros ha sido distinto. Primero el fascismo, aunque lo hayamos vivido de niños, como una novela de aventuras, pero el destino inmortal era un punto quieto. Después el punto quieto de la resistencia, sobre todo para quienes, como yo, la miramos desde fuera, y la convertimos en un mito de regeneración, el retorno de la primavera, un equinoccio, o un solsticio, siempre los confundo... Después, para algunos Dios y para otros la clase obrera, y para muchos las dos cosas. Era un consuelo para el intelectual pensar que allí estaba el obrero, hermoso, sano, fuerte, dispuesto a rehacer el mundo. Y después, eso también lo han visto ustedes, el obrero seguía allí, pero la clase había desaparecido. Deben de haberla matado en Hungría. Y entonces llegaron ustedes. Para usted quizá haya sido natural, una especie de fiesta. Para los de mi edad, no: era la hora de la verdad, el remordimiento, el arrepentimiento, la redención. Nosotros habíamos fracasado, pero llegaban ustedes trayendo el entusiasmo, el valor, la autocrítica. Para nosotros, que entonces teníamos treinta y cinco o cuarenta años, fue una esperanza, humillante, pero esperanza. Teníamos que volver a ser como ustedes, aun a costa de volver a empezar desde el principio. Dejamos de usar corbata, nos deshicimos de la gabardina y nos compramos una trenca usada, algunos renunciaron al empleo para no seguir sirviendo a los patronos...

Encendió un pitillo y fingió estar fingiendo rencor, para hacerse perdonar su desahogo.

- ... y ustedes han cedido en todos los frentes. Nosotros, que peregrinábamos en acto de penitencia a las catacumbas ardeatinas, nos negábamos a inventar lemas para la Coca-Cola, porque éramos antifascistas. Nos contentábamos con lo poco que nos pagaban en [la editorial] Garamond, porque el libro al menos es democrático. Y ahora ustedes, para vengarse de los burgueses que no han conseguido ahorcar, les venden videocassettes y fanzines, y acaban de idiotizarles con el zen y la reparación de la motocicleta. Nos han obligado a adquirir a precio de suscripción su copia de los pensamientos de Mao y con el dinero se han comprado los petardos para las fiestas de la nueva creatividad. Sin avergonzarse. Nosotros nos hemos pasado la vida avergonzándonos. Nos han engañado, no representaban ninguna pureza, sólo era acné juvenil. Nos han hecho sentir como gusanos porque no teníamos valor para enfrentarnos a cara descubierta con la gendarmería boliviana, y después han disparado por la espalda a unos desgraciados que pasaban por la calle. Hace diez años llegamos a mentir para sacarles de la cárcel, y ustedes han mentido para enviar a la cárcel a sus amigos. Por eso me gusta esta máquina [el ordenador]: es estúpida, no cree, no me hace creer, hace lo que le digo, estúpido yo, estúpida ella; o él. Es una relación honesta.

- Yo...

- Usted, Casaubon, es inocente. En vez de arrojar piedras, se ha escapado, ha hecho su tesis, no ha disparado. Y sin embargo hace unos años me sentía cohibido también por usted. Atención, no es nada personal. Son ciclos generacionales. Y cuando el año pasado vi el Péndulo, lo entendí todo.

- ¿Todo qué?

- Casi todo. Mire, Casaubon, también el Péndulo es un falso profeta. Usted lo mira, cree que es el único punto quieto del cosmos, pero si lo quita de la bóveda del Conservatoire y lo cuelga en un burdel funciona igual. Hay otros péndulos, uno en Nueva York, en el edificio de las Naciones Unidas, otro en San Francisco, en el Museo de la Ciencia, y quién sabe cuántos más. El péndulo de Foucault está quieto y la Tierra gira a sus pies dondequiera que esté instalado. Todo punto del universo es un punto quieto, basta con colgarle el Péndulo.

- ¿Dios está en todas partes?

- En cierto sentido, sí. Por eso el Péndulo me perturba. Me promete el infinito, pero me deja a mí la responsabilidad de decidir dónde quiero tenerlo. De manera que no basta con adorar el Péndulo donde está, sino que hay que tomar una decisión, buscar el mejor punto. Sin embargo...

- ¿Sin embargo qué?

- Sin embargo... ¿no me estará tomando en serio, verdad, Casaubon? No, puedo estar tranquilo, somos gente que no toma en serio... Sin embargo, decía, uno siente que en la vida ha colgado el Péndulo en muchas partes y nunca ha funcionado, mientras que allí, en el Conservatoire, funciona perfectamente... ¿Y si en el universo existieran puntos privilegiados? ¿Aquí mismo, encima del cielo raso de esta habitación? No, nadie lo creería. Tiene que haber ambiente. No sé, quizá siempre estemos buscando el punto justo, quizá esté junto a nosotros, pero no sabemos reconocerlo, y para reconocerlo sería necesario creer en él... En fin, vayamos al despacho del señor Garamond.

- ¿A colgar el Péndulo?

- ¡Oh, maravillosa estulticia! Vamos a ocuparnos de cosas serias. Para poder pagarle es necesario que el amo le vea, le toque, le olfatee, y dé su visto bueno. Venga a dejarse tocar por el amo, su toque cura la escrófula.

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