lunes, 24 de noviembre de 2008

Umberto Eco - El fascismo eterno (1)

El fascismo fue, sin lugar a dudas, una dictadura, pero no era cabalmente totalitario, no tanto por su tibieza, como por la debilidad filosófica de su ideología. Al contrario de lo que se puede pensar, el fascismo italiano no tenía una filosofía propia: tenía sólo una retórica. La prioridad histórica no me parece una razón suficiente para explicar por qué la palabra «fascismo» se convirtió en una sinécdoque, en una denominación pars pro toto para movimientos totalitarios diferentes. No vale decir que el fascismo contenía en sí todos los elementos de los totalitarismos sucesivos, digamos que «en estado quintaesencial». Al contrario, el fascismo no poseía ninguna quintaesencia, y ni tan siquiera una sola esencia. El fascismo era un totalitarismo fuzzy. No era una ideología monolítica, sino, más bien, un collage de diferentes ideas políticas y filosóficas, una colmena de contradicciones.

El término fascismo se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos, y siempre podremos reconocerlo como fascista. A pesar de esta confusión, considero que es posible indicar una lista de características típicas de lo que me gustaría denominar Ur-Fascismo, o fascismo eterno. Tales características no pueden quedar encuadradas en un sistema; muchas se contradicen mutuamente, y son típicas de otras formas de despotismo o fanatismo, pero basta con que una de ellas esté presente para hacer coagular una nebulosa fascista.

1. Culto de la tradición, de los saberes arcaicos, de la revelación recibida en el alba de la historia humana encomendada a los jeroglíficos egipcios, a las runas de los celtas, a los textos sagrados, aún desconocidos, de algunas religiones asiáticas. Cultura sincrética, que debe tolerar todas las contradicciones. Es suficiente mirar la cartilla de cualquier movimiento fascista para encontrar a los principales pensadores tradicionalistas. La gnosis nazi se alimentaba de elementos tradicionalistas, sincretistas, ocultos. La fuente teórica más importante de la nueva derecha italiana, Julius Evola, mezclaba el Grial con los Protocolos de los Ancianos de Sión, la alquimia con el Sacro Imperio Romano. Si curiosean ustedes en los estantes que en las librerías americanas llevan la indicación New Age, encontrarán incluso a San Agustín, el cual, por lo que me parece, no era fascista. Pero el hecho mismo de juntar a San Agustín con Stonehenge, esto es un síntoma de Ur-Fascismo.

2. Rechazo del modernismo. La Ilustración, la edad de la Razón, se ven como el principio de la depravación moderna. En este sentido, el Ur-Fascismo puede definirse como irracionalismo.

3. Culto de la acción por la acción. Pensar es una forma de castración. Por eso la cultura es sospechosa en la medida en que se la identifica con actitudes críticas.

4. Rechazo del pensamiento crítico. El espíritu crítico opera distinciones, y distinguir es señal de modernidad. Para el Ur-Fascismo, el desacuerdo es traición.

5. Miedo a la diferencia. El primer llamamiento de un movimiento fascista, o prematuramente fascista, es contra los intrusos. El Ur-Fascismo es, pues, racista por definición.

6. Llamamiento a las clases medias frustradas. En nuestra época el fascismo encontrará su público en esta nueva mayoría.

7. Nacionalismo y xenofobia. Obsesión por el complot.

8. Envidia y miedo al "enemigo".

9. Principio de guerra permanente, antipacifismo.

10. Elitismo, desprecio por los débiles.

11. Heroismo, culto a la muerte.

12. Transferencia de la voluntad de poder a cuestiones sexuales. Machismo, odio al sexo no conformista. Transferencia del sexo al juego de las armas.

13. Populismo cualitativo, oposición a los podridos gobiernos parlamentarios. Cada vez que un político arroja dudas sobre la legitimidad del parlamento porque no representa ya la voz del pueblo, podemos percibir olor de Ur-Fascismo.

14. Neolengua. Todos los textos escolares nazis o fascistas se basaban en un léxico pobre y en una sintaxis elemental, con la finalidad de limitar los instrumentos para el razonamiento complejo y crítico. Pero debemos estar preparados para identificar otras formas de neolengua, incluso cuando adoptan la forma inocente de un popular reality-show.


El Ur-Fascismo puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo.


Umberto Eco, Cinco escritos morales

Umberto Eco - El péndulo de Foucault (3)

Sin embargo, el viaje me había dejado otras huellas, y ahora me parece inquietante que entonces no me hubieran inquietado. Estaba fijando el orden definitivo, capítulo por capítulo, de las imágenes para la historia de los metales, y ya no lograba eludir al demonio de la semejanza, como ya me había sucedido en Río (...)

Me resultaba cada vez más difícil desligar el mundo de la magia de lo que hoy llamamos el universo de la precisión. Personajes que en la escuela me habían señalado como portadores de la luz matemática y física en medio de las tinieblas de la superstición se me revelaban como gente que había trabajado con un pie en la Cábala y otro en el laboratorio. ¿No estaría releyendo toda la historia con los ojos de nuestros diabólicos? Pero después encontraba textos absolutamente fiables donde se decía que los físicos positivistas, apenas trasponían el umbral de la universidad, iban a chapucear en sesiones de espiritismo y cenáculos astrológicos, y que Newton había descubierto la ley de la gravitación universal porque creía en la existencia de fuerzas ocultas (recordaba sus incursiones en la cosmología rosacruciana).

Había convertido la incredulidad en un deber científico, y ahora tenía que desconfiar incluso de los maestros que me habían enseñado a ser incrédulo.

Pensé: soy como Amparo, no creo pero me dejo atrapar. Y me sorprendía reflexionando sobre el hecho de que al fin y al cabo la altura de la gran pirámide era realmente una milmillonésima parte de la distancia entre la Tierra y el Sol, o de que realmente se podían trazar analogías entre la mitología céltica y la mitología amerindia. Y estaba empezando a interrogar a todo lo que había a mi alrededor, las casas, los rótulos de las tiendas, las nubes en el cielo y los grabados que veía en las bibliotecas, no para que me contasen su historia, sino la otra, que ciertamente ocultaban, pero que acababan revelando a causa y en virtud de sus misteriosas semejanzas.

Me salvó Lia, al menos momentáneamente.

- Pim -me dijo-, no me gusta la forma en que te estás tomando la historia de Manuzio. Antes recopilabas datos como quien recoge conchas. Ahora parece que te apuntes los números de la lotería.

- Es porque con éstos me divierto más.

- No te diviertes, te apasionas, no es lo mismo. Ten cuidado, porque con éstos puedes llegar a enfermar.

- No exageres también tú. A lo sumo los enfermos son ellos... Uno no se vuelve loco porque trabaje de enfermero en un manicomio.

- Eso habría que probarlo.

- Sabes que siempre he desconfiado de las analogías. Y ahora me encuentro en medio de una fiesta de analogías, una Coney Island, un Primero de Mayo en Moscú, un Año Santo de analogías, veo que algunas son mejores que otras y me pregunto si por azar no existirá alguna explicación.

- Pim -dijo Lia-, he visto tus fichas, porque tengo que volver a ordenarlas. Cualquier descubrimiento que puedan hacer tus diabólicos ya está aquí, fíjate.

Y se daba palmadas en el vientre, en las caderas, en los muslos y en la frente.

- Pim, los arquetipos no existen, sólo existe el cuerpo (...) En resumidas cuentas, estamos hechos así, con este cuerpo, todos, y por eso producimos los mismos símbolos a millones de kilómetros de distancia y necesariamente todo se parece, y ahora piensa que a las personas con algo en la cabeza el hornillo del alquimista, todo cerrado y caliente por dentro, las recuerda la barriga de la mamá que fabrica los nenes, sólo tus diabólicos ven a la Virgen que va a parir al niño y piensan que es una alusión al hornillo del alquimista. Así se han pasado miles de años buscando un mensaje, y todo estaba ahí, bastaba con que se miraran en el espejo (...)

»Vuestro plan no tiene nada de poético. Es grotesco. La gente no piensa en volver a quemar Troya porque ha leído a Homero. Gracias a él el incendio de Troya se convirtió en algo que nunca ha sido, ni será jamás, pero que sin embargo existirá eternamente. Tiene tantos sentidos porque todo está claro, límpido. En cambio, tus manifiestos de los rosacruces no eran ni diáfanos ni límpidos, eran meros borborigmos y prometían un secreto. Por eso tantos intentaron convertirlos en realidad, y cada uno ha visto en ellos lo que quería. En Homero no hay ningún secreto. Vuestro plan está lleno de secretos, porque está lleno de contradicciones. Por eso podríais encontrar millares de pusilánimes dispuestos a reconocerse en él. Tiradlo a la basura. Homero no simuló nada. Vosotros habéis simulado. Cuidado con las simulaciones, todo el mundo se las toma en serio. La gente no creyó a Semmelweis cuando trataba de convencer a los médicos de que se lavaran las manos antes de tocar a las parturientas. Decía cosas demasiado simples. La gente cree al que le vende la loción para curar la calvicie. Algo les dice que ese individuo combina verdades que no se pueden combinar, que no razona correctamente ni tiene buena fe. Pero toda la vida han oído decir que Dios es complejo, e insondable, de modo que para ellos la incoherencia es lo que más se parece a la naturaleza divina. Lo inverosímil es lo que más se parece al milagro. Habéis inventado una loción de esas que curan la calvicie. No me gusta, es un juego feo.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Umberto Eco - El péndulo de Foucault (2)

- Siéntese, Casaubon, aquí tiene los proyectos de nuestra historia de los metales.

Nos quedamos solos y Belbo me mostró unos índices, esbozos de capítulos, esquemas de diagramación. Mi tarea consistiría en leer los textos y buscar las ilustraciones. Mencioné algunas bibliotecas de Milán que me parecían bien provistas.

- No será suficiente -dijo Belbo-. Habrá que ir a otros sitios. Por ejemplo, en el Museo de la Ciencia de Munich hay una fototeca maravillosa. En París está el Conservatoire des Arts et Métiers. Me gustaría volver a visitarlo, si tuviese tiempo.

- ¿Bonito?

- Inquietante. El triunfo de la máquina en una iglesia gótica... -Vaciló, ordenó unos papeles que había en el escritorio. Después, como temiendo dar demasiada importancia a su anuncio, dijo-: Allí está el Péndulo.

- ¿Qué péndulo?

- El Péndulo. Se llama péndulo de Foucault.

Me explicó cómo es el Péndulo, tal como lo he visto este sábado, y quizá lo haya visto así este sábado porque Belbo me había preparado para la visión. En aquel momento no debí de demostrar demasiado entusiasmo, y Belbo me miró como a alguien que ante la Capilla Sixtina pregunta si eso es todo.

- Quizá sea la atmósfera de la iglesia, pero le aseguro que la impresión es muy intensa. La idea de que todo se mueve y de que sólo allí arriba está el único punto quieto del universo... Para el que no tiene fe es un modo de reencontrar a Dios, y sin poner en tela de juicio la propia falta de fe, porque se trata de un Polo Cero. Mire usted, para la gente de mi generación, que en la vida sólo ha conocido decepciones, puede ser un consuelo.

- Más decepciones ha conocido la mía.

- Presuntuoso. No, para ustedes sólo ha sido una temporada, han cantado la Carmañola y después se han encontrado en la Vandée. Pasará pronto. Para nosotros ha sido distinto. Primero el fascismo, aunque lo hayamos vivido de niños, como una novela de aventuras, pero el destino inmortal era un punto quieto. Después el punto quieto de la resistencia, sobre todo para quienes, como yo, la miramos desde fuera, y la convertimos en un mito de regeneración, el retorno de la primavera, un equinoccio, o un solsticio, siempre los confundo... Después, para algunos Dios y para otros la clase obrera, y para muchos las dos cosas. Era un consuelo para el intelectual pensar que allí estaba el obrero, hermoso, sano, fuerte, dispuesto a rehacer el mundo. Y después, eso también lo han visto ustedes, el obrero seguía allí, pero la clase había desaparecido. Deben de haberla matado en Hungría. Y entonces llegaron ustedes. Para usted quizá haya sido natural, una especie de fiesta. Para los de mi edad, no: era la hora de la verdad, el remordimiento, el arrepentimiento, la redención. Nosotros habíamos fracasado, pero llegaban ustedes trayendo el entusiasmo, el valor, la autocrítica. Para nosotros, que entonces teníamos treinta y cinco o cuarenta años, fue una esperanza, humillante, pero esperanza. Teníamos que volver a ser como ustedes, aun a costa de volver a empezar desde el principio. Dejamos de usar corbata, nos deshicimos de la gabardina y nos compramos una trenca usada, algunos renunciaron al empleo para no seguir sirviendo a los patronos...

Encendió un pitillo y fingió estar fingiendo rencor, para hacerse perdonar su desahogo.

- ... y ustedes han cedido en todos los frentes. Nosotros, que peregrinábamos en acto de penitencia a las catacumbas ardeatinas, nos negábamos a inventar lemas para la Coca-Cola, porque éramos antifascistas. Nos contentábamos con lo poco que nos pagaban en [la editorial] Garamond, porque el libro al menos es democrático. Y ahora ustedes, para vengarse de los burgueses que no han conseguido ahorcar, les venden videocassettes y fanzines, y acaban de idiotizarles con el zen y la reparación de la motocicleta. Nos han obligado a adquirir a precio de suscripción su copia de los pensamientos de Mao y con el dinero se han comprado los petardos para las fiestas de la nueva creatividad. Sin avergonzarse. Nosotros nos hemos pasado la vida avergonzándonos. Nos han engañado, no representaban ninguna pureza, sólo era acné juvenil. Nos han hecho sentir como gusanos porque no teníamos valor para enfrentarnos a cara descubierta con la gendarmería boliviana, y después han disparado por la espalda a unos desgraciados que pasaban por la calle. Hace diez años llegamos a mentir para sacarles de la cárcel, y ustedes han mentido para enviar a la cárcel a sus amigos. Por eso me gusta esta máquina [el ordenador]: es estúpida, no cree, no me hace creer, hace lo que le digo, estúpido yo, estúpida ella; o él. Es una relación honesta.

- Yo...

- Usted, Casaubon, es inocente. En vez de arrojar piedras, se ha escapado, ha hecho su tesis, no ha disparado. Y sin embargo hace unos años me sentía cohibido también por usted. Atención, no es nada personal. Son ciclos generacionales. Y cuando el año pasado vi el Péndulo, lo entendí todo.

- ¿Todo qué?

- Casi todo. Mire, Casaubon, también el Péndulo es un falso profeta. Usted lo mira, cree que es el único punto quieto del cosmos, pero si lo quita de la bóveda del Conservatoire y lo cuelga en un burdel funciona igual. Hay otros péndulos, uno en Nueva York, en el edificio de las Naciones Unidas, otro en San Francisco, en el Museo de la Ciencia, y quién sabe cuántos más. El péndulo de Foucault está quieto y la Tierra gira a sus pies dondequiera que esté instalado. Todo punto del universo es un punto quieto, basta con colgarle el Péndulo.

- ¿Dios está en todas partes?

- En cierto sentido, sí. Por eso el Péndulo me perturba. Me promete el infinito, pero me deja a mí la responsabilidad de decidir dónde quiero tenerlo. De manera que no basta con adorar el Péndulo donde está, sino que hay que tomar una decisión, buscar el mejor punto. Sin embargo...

- ¿Sin embargo qué?

- Sin embargo... ¿no me estará tomando en serio, verdad, Casaubon? No, puedo estar tranquilo, somos gente que no toma en serio... Sin embargo, decía, uno siente que en la vida ha colgado el Péndulo en muchas partes y nunca ha funcionado, mientras que allí, en el Conservatoire, funciona perfectamente... ¿Y si en el universo existieran puntos privilegiados? ¿Aquí mismo, encima del cielo raso de esta habitación? No, nadie lo creería. Tiene que haber ambiente. No sé, quizá siempre estemos buscando el punto justo, quizá esté junto a nosotros, pero no sabemos reconocerlo, y para reconocerlo sería necesario creer en él... En fin, vayamos al despacho del señor Garamond.

- ¿A colgar el Péndulo?

- ¡Oh, maravillosa estulticia! Vamos a ocuparnos de cosas serias. Para poder pagarle es necesario que el amo le vea, le toque, le olfatee, y dé su visto bueno. Venga a dejarse tocar por el amo, su toque cura la escrófula.

Umberto Eco - El péndulo de Foucault (1)

En el mundo están los cretinos, los imbéciles, los estúpidos y los locos. En suma todo el mundo, si se mira bien, participa de alguna de esas categorías. Digamos que la persona normal es la que combina razonablemente todos esos componentes o tipos ideales.

¿Cómo es el genio, Einstein, por ejemplo? El genio es el que pone en juego uno de esos componentes de manera vertiginosa, alimentándolo con los demás.

El cretino ni siquiera habla, babea, es espástico. Se aplasta el helado contra la frente, no puede ni coordinar los movimientos. Entra en la puerta giratoria por el lado opuesto.

Ser imbécil ya es más complicado. Es un comportamiento social. El imbécil es el que habla siempre fuera del vaso. Quiere hablar de lo que hay en el vaso, pero, esto por aquí, esto por allá, habla fuera. O si lo prefiere, es el que siempre mete la pata, el que le pregunta cómo está su bella esposa al individuo que acaba de ser abandonado por la mujer.

El imbécil está muy solicitado, sobre todo en las reuniones mundanas. Incomoda a todos, pero les proporciona temas de conversación. En su versión positiva llega a ser diplomático. Habla fuera del vaso cuando otros han metido la pata, consigue cambiar de tema. Pero a nosotros [las editoriales] no nos interesa, no es nunca creativo, trabaja de prestado, de manera que no presenta manuscritos.

El imbécil no dice que el gato ladra, habla del gato cuando los demás hablan del perro. Confunde las reglas de conversación, y cuando las confunde bien es sublime. Creo que es una raza en extinción, un portador de virtudes eminentemente burguesas. Necesita un salón Verdurin, o mejor, Guermantes.

El estúpido no se equivoca de comportamiento. Se equivoca de razonamiento. Es el que dice que todos los perros son animales domésticos y todos los perros ladran, pero que también los gatos son animales domésticos y por tanto ladran. O que todos los atenienses son mortales, todos los habitantes del Pireo son mortales, de modo que todos los habitantes del Pireo son atenienses. Y lo son, pero de pura casualidad. El estúpido incluso puede decir algo correcto, pero por razones equivocadas.

Se pueden decir cosas equivocadas, con tal que las razones sean correctas. ¿Si no por qué tomarse tanto trabajo para ser animales racionales?

Ya estamos en el umbral en el que sospechamos que algo no funciona, pero es necesario un esfuerzo para demostrar qué es lo que no cuadra y por qué. El estúpido es muy insidioso. Al imbécil se le reconoce en seguida (y al cretino ni qué decir), mientras que el estúpido razona casi como uno, sólo que con una desviación infinitesimal. Es un maestro del paralogismo. Se publican muchos libros escritos por estúpidos, porque a primera vista son muy convincentes.

El argumento ontológico de San Anselmo es estúpido. Dios tiene que existir porque puedo pensarlo como el ser dotado de todas las perfecciones, incluida la existencia. Confunde la existencia en el pensamiento con la existencia en la realidad. Pero también es estúpida la refutación de Gaunilo. Puedo pensar en una isla en el mar aunque esa isla no exista. Confunde el pensamiento de lo contingente con el pensamiento de lo necesario. Una batalla entre estúpidos. Claro, y Dios se divierte como un loco.

Pues sí, la estupidez nos rodea. Y quizá para un sistema lógico diferente nuestra estupidez sea sabiduría. Toda la historia de la lógica es un intento por definir una noción aceptable de estupidez. Demasiado ambicioso. Todo gran pensador es el estúpido de otro. ¿El pensamiento como forma coherente de estupidez? No. La estupidez de un pensamiento es la incoherencia de otro pensamiento.

Al loco se le reconoce en seguida. Es un estúpido que no conoce los subterfugios. El estúpido trata de demostrar su tesis, tiene una lógica, cojeante, pero lógica es. En cambio, el loco no se preocupa por tener una lógica, avanza por cortocircuitos. Para él, todo demuestra todo. El loco tiene una idea fija, y todo lo que encuentra le sirve para confirmarla. Al loco se le reconoce porque se salta a la torera la obligación de probar lo que se dice; porque siempre está dispuesto a recibir revelaciones.

Umberto Eco - El nombre de la rosa (3)

Junto a un trozo de pared encontré un armario, por milagro aún en pie, y que, no sé cómo, había sobrevivido al fuego para pudrirse luego por la acción del agua y los insectos. En el interior, quedaban todavía algunos folios. Encontré otros jirones hurgando entre las ruinas de abajo. Pobre cosecha fue la mía, pero pasé todo un día recogiéndola, como si en aquellos disiecta membra de la biblioteca me estuviese esperando algún mensaje. Algunos jirones de pergamino estaban descoloridos, otros dejaban adivinar la sombra de una imagen, y cada tanto el fantasma de una o varias palabras. A veces encontré folios donde podían leerse oraciones enteras; con mayor frecuencia encuadernaciones aún intactas, protegidas por lo que habían sido tachones de metal... Larvas de libros, aparentemente todavía sanas por fuera pero devoradas por dentro; sin embargo, a veces se había salvado medio folio, podía adivinarse un incipit, un título...

Recogí todas las reliquias que pude encontrar, y las metí en dos sacos de viaje, abandonando cosas que me eran útiles con tal de salvar aquel mísero tesoro.

Durante mi viaje de regreso a Melk pasé muchísimas horas tratando de descifrar aquellos vestigios. A menudo una palabra o una imagen superviviente me permitieron reconocer la obra en cuestión. Cuando, con el tiempo, encontré otras copias de aquellos libros, los estudié con amor, como si el destino me hubiese dejado aquella herencia, como si el hecho de haber localizado la copia destruida hubiese sido un claro signo del cielo cuyo sentido era tolle et lege. Al final de mi paciente reconstrucción, llegué a componer una especie de biblioteca menor, signo de la mayor, que había desaparecido..., una biblioteca hecha de fragmentos, citas, períodos incompletos, muñones de libros.



Cuanto más releo esta lista, más me convenzo de que es producto del azar y no contiene mensaje alguno. Pero esas páginas incompletas me han acompañado durante toda la vida que desde entonces me ha sido dado vivir, las he consultado a menudo como un oráculo, y tengo casi la impresión de que lo que he escrito en estos folios, y que ahora tú, lector desconocido, leerás, no es más que un centón, un carmen figurado, un inmenso acróstico que no dice ni repite otra cosa que lo que aquellos fragmentos me han sugerido, como tampoco sé ya si el que ha hablado hasta ahora he sido yo o, en cambio, han sido ellos los que han hablado por mi boca. Pero en cualquier caso, cuanto más releo la historia que de ello ha resultado, menos sé si ésta contiene o no una trama distinguible de la mera sucesión natural de los acontecimientos y de los momentos que los relacionan entre sí. Y es duro para este viejo monje, ya en el umbral de la muerte, no saber si la letra que ha escrito contiene o no algún sentido oculto, ni si contiene más de uno, o muchos, o ninguno.

Umberto Eco - El nombre de la rosa (2)

- Era la mayor biblioteca de la cristiandad -dijo Guillermo-. Ahora -añadió-, es verdad que está cerca el Anticristo, porque ningún saber impedirá ya su llegada. Por otra parte, esta noche hemos visto su rostro.

- ¿El rostro de quién? -pregunté desconcertado.

- Hablo de Jorge. En ese rostro devastado por el odio hacia la filosofía he visto por primera vez el retrato del Anticristo, que no viene de la tribu de Judas, como afirman los que anuncian su llegada, ni de ningún país lejano. El Anticristo puede nacer de la misma piedad, del excesivo amor por Dios o por la verdad, así como el hereje nace del santo y el endemoniado del vidente. Huye, Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia. Jorge ha realizado una obra diabólica, porque era tal la lujuria con que amaba su verdad, que se atrevió a todo para destruir la mentira. Tenía miedo del segundo libro de Aristóteles, porque tal vez éste enseñase realmente a deformar el rostro de toda verdad, para que no nos convirtiésemos en esclavos de nuestros fantasmas. Quizá la tarea del que ama a los hombres consista en lograr que éstos se rían de la verdad, lograr que la verdad ría, porque la única verdad consiste en aprender a liberarnos de la insana pasión por la verdad.

- Pero maestro -me atreví a decir afligido-, ahora habláis así porque os sentís herido en lo más hondo. Sin embargo, existe una verdad, la que habéis descubierto esta noche, la que encontrasteis interpretando las huellas que habíais leído durante los días anteriores. Jorge ha vencido, pero vos habéis vencido a Jorge, porque habéis puesto en evidencia su trama...

- No había tal trama -dijo Guillermo-, y la he descubierto por equivocación.

La afirmación era contradictoria, y no comprendí si Guillermo quería realmente que lo fuese.

- Pero era verdad que las pisadas en la nieve remitían a Brunello -dije-, era verdad que Adelmo se había suicidado, era verdad que Venancio no se había ahogado en la tinaja, era verdad que el laberinto estaba organizado como lo habéis imaginado vos, era verdad que se entraba en el finis Africae tocando la palabra quatuor, era verdad que el libro misterioso era de Aristóteles... Podría seguir enumerando todas las verdades que habéis descubierto valiéndoos de vuestra ciencia...

- Nunca he dudado de la verdad de los signos, Adso, son lo único que tiene el hombre para orientarse en el mundo. Lo que no comprendí fue la relación entre los signos. He llegado hasta Jorge siguiendo un plan apocalíptico que parecía gobernar todos los crímenes y sin embargo era casual. He llegado hasta Jorge persiguiendo el plan de una mente perversa y razonadora, y no existía plan alguno, o mejor dicho, al propio Jorge se le fue de las manos su plan inicial y después empezó una cadena de causas, de causas concomitantes, y de causas contradictorias entre sí, que procedieron por su cuenta, creando relaciones que ya no dependían de ningún plan. ¿Dónde está mi ciencia? He sido un testarudo, he perseguido un simulacro de orden, cuando debía saber muy bien que no existe orden en el universo.

- Pero, sin embargo, imaginando órdenes falsos habéis encontrado algo...

- Gracias, Adso, has dicho algo muy bello. El orden que imagina nuestra mente es como una red, o una escalera, que se construye para llegar hasta algo. Pero después hay que arrojar la escalera, porque se descubre que, aunque haya servido, carecía de sentido. Er muoz gelîchesame die Leiter abewerfen, sô Er an ir ufgestigen ist... ¿Se dice así?

- Así suena en mi lengua. ¿Quién lo ha dicho?

- Un místico de tu tierra. Lo escribió en alguna parte, ya no recuerdo dónde. Y tampoco es necesario que alguien encuentre alguna vez su manuscrito. Las únicas verdades que sirven son instrumentos que luego hay que tirar.

- No podéis reprocharos nada, habéis hecho todo lo que podíais.

- Todo lo que puede hacer un hombre, que no es mucho. Es difícil aceptar la idea de que no puede existir un orden en el universo, porque ofendería la libre voluntad de Dios y su omnipotencia. Así, la libertad de Dios es nuestra condena, o al menos la condena de nuestra soberbia.

Por primera y última vez en mi vida me atreví a extraer una conclusión teológica:

- ¿Pero cómo puede existir un ser necesario totalmente penetrado de posibilidad? ¿Qué diferencia hay entonces entre Dios y el caos primigenio? Afirmar la absoluta omnipotencia de Dios y su absoluta disponibilidad respecto de sus propias opciones, ¿no equivale a demostrar que Dios no existe?

Guillermo me miró sin que sus facciones expresaran el más mínimo sentimiento, y dijo:

- ¿Cómo podría un sabio seguir comunicando su saber si respondiese afirmativamente a tu pregunta?

No entendí el sentido de sus palabras:

- ¿Queréis decir -pregunté- que ya no habría saber posible y comunicable si faltase el criterio mismo de verdad, o bien que ya no podríais comunicar lo que sabéis porque los otros no os lo permitirían?

En aquel momento un sector del techo de los dormitorios se desplomó produciendo un estruendo enorme y lanzando una nube de chispas hacia el cielo. Una parte de las ovejas y las cabras que vagaban por la explanada pasó junto a nosotros emitiendo atroces balidos. También pasó a nuestro lado un grupo de sirvientes que gritaban, y que casi nos pisotearon.

- Hay demasiada confusión aquí -dijo Guillermo-. Non in commotione, non in commotione Dominus.

Umberto Eco - El nombre de la rosa (1)

- Adso, resolver un misterio no es como deducir a partir de primeros principios. Y tampoco es como recoger un montón de datos particulares para inferir después una ley general. Equivale más bien a encontrarse con uno, dos o tres datos particulares que al parecer no tienen nada en común, y tratar de imaginar si pueden ser otros tantos casos de una ley general que todavía no se conoce, y que quizá nunca ha sido enunciada (...) La búsqueda de las leyes explicativas, en los hechos naturales, procede por vías tortuosas. Cuando te enfrentas con unos hechos inexplicables, debes tratar de imaginar una serie de leyes generales, que aún no sabes cómo se relacionan con los hechos en cuestión. Hasta que de pronto, al descubrir determinada relación, uno de aquellos razonamientos te parece más convincente que los otros. Entonces tratas de aplicarlo a todos los casos similares, y de utilizarlo para formular previsiones, y descubres que habías acertado. Pero hasta el final no podrás saber qué predicados debes introducir en tu razonamiento, y qué otros debes descartar. Así es como estoy procediendo en el presente caso. Alineo un montón de elementos inconexos, e imagino hipótesis. Pero debo imaginar muchas, y gran parte de ellas son tan absurdas que me daría vergüenza decírtelas (...) Ahora, a propósito de los hechos ocurridos en la abadía, tengo muchas hipótesis atractivas, pero no existe ningún hecho evidente que me permita decir cuál es la mejor. Entonces, para no acabar haciendo el necio, prefiero no empezar haciendo el listo. Déjame pensar un poco más, hasta mañana, al menos.

En aquel momento comprendí cómo razonaba mi maestro, y me pareció que su método tenía poco que ver con el del filósofo que razonaba partiendo de primeros principios, y los modos de cuyo intelecto coinciden casi con los del intelecto divino. Comprendí que, cuando no tenía una respuesta, Guillermo imaginaba una multiplicidad de respuestas posibles, muy distintas unas de otras. Me quedé perplejo.

- Pero entonces -me atreví a comentar-, aún estáis lejos de la solución...

- Estoy muy cerca, pero no sé de cuál.

- O sea que no tenéis una única respuesta para vuestras preguntas...

- Si la tuviera, Adso, enseñaría teología en París.

- ¿En París siempre tienen la respuesta verdadera?

- Nunca, pero están muy seguros de sus errores.

- ¿Y vos? -dije con infantil impertinencia-. ¿Nunca cometéis errores?

- A menudo -respondió-. Pero en lugar de concebir uno solo, imagino muchos, para no convertirme en el esclavo de ninguno.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Simon Blackburn - Ética utilitarista

En la sección anterior descubrimos la fórmula de la mayor felicidad posible para el mayor número de personas. La filosofía moral que sitúa esta fórmula en la base de todo es el utilitarismo. Su punto de partida es una benevolencia general, una solidaridad o identificación con los placeres, los sufrimientos o el bienestar del conjunto de las personas. De este modo obtiene una medida imparcial de lo bien que van las cosas en general. El bien se identifica con la mayor felicidad posible para el mayor número de personas y el objetivo de la acción es incrementar el bien (esto se conoce como principio de utilidad). El utilitarismo es consecuencialista o, en otras palabras, se orienta hacia el futuro. Evalúa las acciones en función de sus efectos o consecuencias. En este punto difiere claramente de las éticas deontológicas. Para el consecuencialismo, una acción que inicialmente podría parecer mala, indebida, injusta o bien una violación de los derechos de alguna persona puede ser rescatada o justificada a partir de sus consecuencias, si se puede demostrar que contribuyen al bien general. El utilitarismo encaja mejor con un enfoque «gradualista» de los problemas éticos, como el que vimos antes a propósito del aborto. Resuelve las cuestiones de valor (la cuestión de si ciertas cosas son buenas o malas, mejores o peores) en función del incremento o la disminución de la felicidad del mayor número de personas.

Conceptos deontológicos como los de justicia, derecho o deber se adecúan a un ambiente moralista, en el que las cosas simplemente son justas o injustas, permisibles o sancionables. La ética coincide con la letra de la ley. En contraste con eso, el utilitarismo utiliza el lenguaje de los bienes sociales. Cuando un utilitarista se enfrenta al problema del aborto, lo primero que hace es examinar las condiciones sociales que llevan a las personas a abortar. Si le preguntaran acerca de cómo debería ser la ley, se preguntaría qué beneficios y perjuicios puede tener el hecho de criminalizar ciertas actividades. Su forma de pensar es más propia de un ingeniero que de un juez.


Simon Blackburn, Sobre la bondad. Una breve introducción a la ética.